24
Hay un silencio
extraño; el viento de la planicie se ha detenido. Parada en el umbral de la
nave y sin poder dar un paso más, Lis se da vuelta para mirar por encima del
hombro. Y de pronto, sin que medie su voluntad, está otra vez en todos los
momentos que la han conducido hasta ese sitio. Son como fotogramas ordenándose,
trozos sueltos de una película de la que ella es al mismo tiempo espectadora y
protagonista, los percibe igual que cuentas engarzándose en un gran rosario, y
sus pensamientos y emociones actuales se sobreimprimen entre los pensamientos y
emociones que revive...
1
El sol se está
poniendo, pero ya casi no se ve entre las nubes que se aprietan sobre el
horizonte. El viento huele a agua. Bajo el toldo de la UVM —Unidad de Vivienda
Móvil—, desde su reposera, Lis contempla la tormenta que se avecina, que ya
avanza sobre la llanura, y piensa que eso no la entusiasma como solía hacerlo. <Pero la esperanza es lo último que se
pierde, se repite la Lis espectadora.> Y la Lis protagonista baja de la
plataforma para alistar el equipo otra vez.
2
Es más de medianoche.
Llovizna. Lis lleva horas esperando. Desde su puesto de observación, mira casi
con indiferencia las redes tendidas sobre la hondonada. Antes iba lejos,
estudiaba cada zona, tendía cuidadosamente las redes sobre grandes áreas, se
entusiasmaba con los preparativos, invertía en equipos, en tutoriales que
explicaban el uso de los equipos, en tutoriales que explicaban el uso de los
tutoriales... pero fue perdiendo el interés. Ahora, sentada frente a la
hondonada, a escasos cien metros de su UVM, bosteza mirándose las uñas y piensa
que va siendo hora de regresar, cuando cae un último chaparrón. Ajusta el
dispositivo de visión nocturna justo a tiempo para ver que algo cae en una de
las redes: un hombre. Abandona el puesto de observación y baja la cuesta. Va
hacia la red intentando mantener la calma. Camina rápido, al final casi corre.
<Lis se avergüenza.>
3
Amanece sin prisa. Lis
contempla los cambiantes colores del cielo acodada en la ventana. En la brisa
fresca que le da en la cara está el último rastro de la lluvia. Casi el último rastro, piensa, y se da
vuelta. En su cama todavía duerme el último hombre que cayó en su red. Un
repiqueteo molesto le llega desde la cabina. Se cierra la bata de newsatén, va
hacia la radio y contesta:
—Hola, Isa.
—Hola, Lis. ¿Hubo
suerte anoche?
—Sí, pero no es gran
cosa.
—No te quejes —gruñe
ella, con un dejo de rencor—. Fuiste la única. Todas las demás pusimos las
redes para nada.
Lis no responde.
Después de un momento comenta:
—Mañana es sábado. Nos
juntamos en el puerto como siempre, ¿no?
—¿Qué? ¿Vas a estar
desocupada? —Hay sorna en la pregunta.
—Te dije que no es gran
cosa.
—Vos te quejás de
llena.
Lis murmura algo, pero
si su interlocutora la escucha no comprende lo que dice, y si comprende lo que
dice no se da por aludida.
—Bueno, nos vemos
mañana —concede al final—. Chau.
—Chau, Isa. Nos vemos.
Lis vuelve al
dormitorio y, recostada en la pared de duraluminio, observa al hombre que
duerme. <¿Será eso?, se pregunta otra vez, ¿Seré una desagradecida? ¿Estaré pidiendo
demasiado?> Sonríe al ver que él se da vuelta y con un ademán infantil
aparta las sábanas símil algodón —ésas que le costaron una fortuna—, se incorpora
sonriendo con los ojos aún entrecerrados, se pasa la mano por el cabello
despeinado y pregunta:
—¿El baño?
—Esa puerta de ahí
—dice Lis, señalando sobre su hombro.
Permanece junto al
umbral y cuando pasa a su lado, cuando Lis cree que la besará, él le aprieta
uno de los senos, lo suelta y sigue caminando.
—Qué gomas, mamita.
Por un instante Lis es
incapaz de moverse. Luego se da vuelta y lo observa yendo hacia el baño. Él se
rasca el glúteo izquierdo.
—Esa puerta, no. La
otra —dice ella.
—¿Ésta? —pregunta él,
todavía medio dormido.
—Sí —responde ella,
mientras el hombre se dirige hacia la puerta principal de la UVM.
Apenas abre la puerta,
la fuerte luz del sol le da de lleno, iluminando la estancia y reduciéndolo a
un pequeño montón de arena.
4
El horizonte se espeja
sobre el hirviente terreno pedregoso. Bajo el cielo que lastima de azul, el vehículo
personal avanza como un bólido. El paisaje parece siempre el mismo, continuo,
inalterable. Billones de pálidos guijarros grises relucen sobre la tierra polvorienta
como escamas, como testimonio de antiguos habitantes de un mar olvidado. Hay
cierta pureza en las formas, cierta economía en los colores, que Lis ha aprendido
a disfrutar. Sin embargo, está segura de que esa continuidad y esa monotonía
son engañosas, de que en Sidgrid casi nunca las cosas son tan simples como parecen.
Lleva mucho tiempo —ya
no recuerda cuánto— trabajando como geóloga en este extraño lugar. Forma parte
del tercer grupo enviado por la
Compañía Minera. El primero después del Evento. Lis sonríe
con una sonrisa torcida al pensar en eso. El Evento. Ese es el modo impreciso,
algo despreocupado, en que los empleados de la Compañía se refieren a lo
que les sucedió a las dos primeras naves enviadas a Sidgrid. Según se dice,
ambas representaban el epítome de la tecnología de su época y sus tripulaciones,
lo mejor que la Compañía
podía reunir. Habían recorrido juntas el largo camino hasta la zona de la
singularidad, un camino difícil, plagado de potenciales peligros, sin informar
dificultades técnicas ni de ningún otro tipo. Todo parecía en orden al llegar
al planeta. Pero, en el momento en que abandonaron la órbita e ingresaron en la
atmósfera para descender a la superficie, se desintegraron.
Eso podría resultar
raro, incluso inquietante, pero no era lo más extraño del caso. Lo realmente
extraño, como Lis y sus compañeras descubrieron al poco tiempo de llegar,
ocurría las noches de tormenta. Algo en las capas bajas de la atmósfera reaccionaba
con la lluvia. O quizás con las descargas eléctricas. Y algunos hombres —las
dos primeras tripulaciones estaban compuestas sólo por hombres, igual que la de
ella estaba compuesta sólo por mujeres— volvían a materializarse y se
precipitaban a tierra.
Desde todo punto de
vista, parecía algo condenado al desastre. Porque ni siquiera los que se salvaban
de morir a causa del impacto estaban por completo a salvo. Sus cuerpos
demostraron ser muy inestables, podían colapsar en cualquier momento, y eran
especialmente vulnerables a los rayos UV. Además, regresaban del
no-espacio-no-tiempo sin recuerdos de lo que les había ocurrido y se mostraban
inquietos, confundidos. Algunos creían soñar y lo tomaban con una alegría
histérica, otros rechazaban la vida con una sensación de malsana extrañeza.
Siempre amenazados por la disolución, incluso cuando se les daba la
oportunidad, eran pocos los que lograban adaptarse a su nueva existencia.
Y aun así se seguían
tendiendo las redes.
Al principio Lis se
sintió fascinada por el fenómeno; abrazó la pesca como una misión de salvamento.
Pero, a medida que aumentaba la competencia y sus motivos se hacían más
egoístas, advirtió que no manejaba la decepción tan bien como otras.
El viento comienza a
soplar con fuerza. Lis puede oírlo incluso a través del casco y la velocidad.
Suena como un arrullo, parece tratar de confortarla, parece tratar de mostrarle
el camino correcto, y ella se deja guiar.
5
El puerto no es gran cosa: apenas algunos
almacenes, un par de hangares y unos cuantos edificios en torno a una explanada
en la que sólo descienden indistinguibles módulos de abastecimiento. De lejos
se asemeja a una maqueta, a algo fuera de escala, acechado por la inmensidad de
la llanura que lo rodea. Las luces que se encienden mientras cae la noche
parecen el llamado de alguien que está perdido. Quizás todos lo estamos, piensa Lis al ir acercándose.
Baja la velocidad al
recorrer el último tramo del camino, atraviesa la explanada, maniobra y detiene
el vehículo junto a otros VPs, frente al edificio principal. Se quita el casco,
sacude el cabello, mueve los músculos de la cara entumecidos por la máscara y
se inclina estirándose hasta tocarse la punta de los dedos de los pies. Ahora
sí, se dice sonriendo. Toma aire e ingresa en el ruidoso edificio donde
palmeras falsas contra falsos paisajes playeros pretenden imitar la decoración
tropical de algunos bares de antaño.
Suena “I love you,
baby”. Siempre está sonando cuando ella llega y siempre se pregunta si es el
único remixado de grandes éxitos que tienen. El volumen de la música es alto, demasiado.
Las mujeres en la barra y en las mesas ríen y conversan a los gritos, como si
se vieran obligadas a dar prueba de su alegría. Aunque es temprano, casi todas
las que Lis conoce están allí. Isa sale a su encuentro bebiendo de un vaso con
forma de coco.
—Y viniste, nomás... Sola. —Hay un énfasis
desagradable en la última palabra, pero Lis decide ignorarlo.
—Hola, Isa, ¿cómo
estás? —responde besándola en la mejilla, mientras ve de reojo como otras
cuchichean y la miran con desdén o incluso franca hostilidad.
—Vení... Las chicas
están por acá —dice Isa, guiándola entre las mesas.
6
Lis ya sabe cómo son
estos encuentros, los temas de conversación son siempre los mismos: chismes
varios, los últimos resultados de la pesca, una que otra anécdota picante,
quién está con quién haciendo qué. Está aburrida. Pensó que venir la ayudaría a
distraerse, pero pasa justo lo opuesto.
Mira a los rostros
sonrientes, expectantes, demasiado parecidos a máscaras, de las que comparten
la mesa con ella y luego alrededor, a los otros rostros igualmente sonrientes y
expectantes, igualmente parecidos a máscaras. Se fija en el lenguaje corporal,
en la excitación y la competencia en torno a los muy pocos hombres presentes
—la mayoría “empleados de la casa”—: hombres poco atractivos, poco
interesantes, que en otro sitio no merecerían una segunda mirada, aquí son
consentidos, asediados o lucidos como trofeos. Y todo parece estancado,
invariablemente anclado en el tiempo. Entonces piensa en su propia experiencia
repetida: Recuerda al mecánico rubio y vanidoso —el primero que expuso al sol—;
recuerda al médico de voz grave y ojos oscuros —el que mencionaba a su madre
cada vez con mayor frecuencia hasta que lo hizo durante un paseo y terminó en
el fondo de un barranco—; recuerda al científico moreno —ése que había durado
un par de semanas, más que ningún otro, hasta que comenzó a sentirse demasiado
cómodo en la UVM
y a hacer exigencias respecto a la comida <Igual que cada vez que eso viene
a su mente, Lis piensa en que tuvo cierta justicia poética haber acabado con él
de un sartenazo>—... Y como en una catarata los recuerda a todos: recuerda a
los groseros, a los egoístas, a los sabihondos, a los mentirosos, a los que
poseían varias de esas “virtudes” al mismo tiempo... Recuerda cierta noche en
la que soñó que todos eran, una y otra vez, el mismo hombre...
—¿No podemos hablar de
otra cosa? —pregunta. Y todos los rostros en torno a la mesa se vuelven hacia
ella.
—¿Y de qué tenés ganas
de hablar? —Magda se echa otro maní en la boca. Parece estar haciendo un gran
esfuerzo por no escupírselos en la cara.
—No sé... De otra cosa.
No es el único tema en el mundo, ¿no? —Lis sonríe tímidamente, pero ya nadie la
mira, ni siquiera Isa.
—Mirá, si a vos no te
interesan las cosas de las que charlamos, no se para qué viniste.
Lis sonríe otra vez,
ahora con amargura.
—Tenés razón, Magda: yo
tampoco sé para qué vine. —Retira la silla, toma sus cosas y se encamina hacia
la puerta.
—Lis... —protesta Isa
poniéndose de pie.
—Ma sí, dejala que se
vaya —dice Lupe mientras ella se aleja—. Si va a venir con esa cara, mejor que
no venga.
Lo dice fuerte, como
para asegurarse de ser escuchada. Lis aprieta los dientes y apura el paso rodeando
las mesas. La puerta no está tan lejos.
7
Ha caído la noche. Lis
está tan concentrada en el viaje de regreso que no se da cuenta de la tormenta
hasta que llega a casa. Ya está dentro de la UVM cuando el rugido de los truenos retumba en la
planicie. Una ráfaga húmeda irrumpe por la puerta y la lluvia comienza a
repiquetear sobre el techo. Sorprendida, Lis se asoma a la ventana y ve el
cielo apretado de nubes que se descargan iluminándose aquí y allá con sordos
estallidos de plasma.
Cierra la puerta, apaga
la radio y se acuesta tapándose hasta la cabeza. Está harta de aquello. Harta
de esperar que algo suceda. Harta de la sensación de que nada cambia ni
cambiará. Harta de ese planeta desquiciado y de la forma en que las ha afectado
a todas. Harta de la naturalidad con que las demás aceptan lo extraño como
normal a fuerza de convivir con ello. ¿Es que no se dan cuenta? ¿Cómo es
posible que ella sea la única en no consentirlo? ¿Cómo es posible que ella sea
la única que no pueda torcer, rectificar y adaptar su vida, que no pueda callar
y aceptar? Pero no importa cuánto se esfuerce, al final siempre es lo mismo:
todo allí le parece vacío, insípido, sin sentido. O peor: la continua y abominable reiteración
de actos y cosas vacías, insípidas, sin sentido <Lis se estremece. Casi desde el principio esa impresión
ha sido como una espina en su mente: una pequeña molestia que surgió un día
cualquiera, que reaparecía cada tanto con algunas sensaciones o pensamientos, y
que luego fue haciéndose notar cada vez con mayor frecuencia hasta convertirse
en una inquietud constante e insoportable. Pero siempre aparecía algo más, algo
que la distraía, y ella dejaba de pensar en eso.>
8
Lis se incorpora de
pronto. Al principio no entiende por qué. Afuera llueve aún, pero sabe que no
es eso. Se baja de la cama y sale cautelosamente del dormitorio. Entra en el
recibidor a oscuras y los golpes en la puerta la sobresaltan. Putea por lo
bajo.
—¿No podías esperar
hasta mañana, Isa? —pregunta a los gritos mientras va hacia la puerta. Abre de
un tirón y se queda sin aliento.
El hombre se apresura a
disculparse:
—Perdone la molestia,
sé que es tarde, pero ¿me permitiría usar su radio?
Está empapado y tiene
un feo golpe en la frente. Lis está atónita.
—No fue un buen
aterrizaje —agrega él tocándose la frente, y sonríe de un modo extraño. El modo
en el que sonríe alguien a punto de desmayarse. Luego se cae.
Lis se asoma. Mira
hacia un lado, mira hacia el otro. No ve ningún vehículo, nada salvo la llanura
pedregosa que se ilumina con una descarga lejana. Da un paso cruzando el umbral
y observa al hombre desplomado sobre la plataforma de entrada. Lo toca con la
punta del pie, pero él no se mueve. Vuelve a mirar hacia uno y otro lado,
piensa en Isa, en que es una broma. Tiene
que serlo. Pero el hombre no se mueve. Finalmente se inclina sobre él y le
aparta el cabello de la frente. El golpe es real. Se pregunta de dónde habrá
venido, si habrá escapado de la red de alguna. Está sucio y maltrecho, como si
hubiera caminado desde lejos, como si se hubiera caído y levantado varias
veces. Si escapó, ya lo reclamarán,
piensa. Pero la otra parte de ella replica: <¿Y si no fuera tan sencillo?>
—Hay que ocuparse de
una cosa a la vez —murmura finalmente.
Trae la alfombra del
recibidor, hace rodar al hombre sobre ella y la utiliza para arrastrarlo hacia
el interior de la UVM. Es
un hombre grande y pesado, pero logra moverlo con facilidad. Lo acomoda sobre
el piso, apoya su cabeza en un almohadón y busca la caja de primeros auxilios.
Limpia y desinfecta cuidadosamente la herida. Es un golpe fuerte, aunque no
necesita sutura. Revisa el cuerpo magullado en busca de huesos rotos o lesiones
internas, pero se siente súbitamente incómoda al palpar el ancho pecho y sentir
la piel tibia, la respiración acompasada. Se dice que no tiene otras heridas
graves y abandona el examen.
9
Él trata de incorporarse
bruscamente y se marea.
—Despacio —dice Lis,
dejando las muestras de roca en las que trabajaba y acercándose para ayudarlo.—
Te pegaste un buen golpe. Por suerte no parece grave. ¿Tenés sed?
Él asiente. Tiene los
labios resecos. Lis sirve agua en un vaso y se lo entrega.
—Gracias —murmura él.
Bebe con cautela echando una mirada a su alrededor: los muebles de la pequeña
sala, el complejo equipo de análisis y algunas piedras sobre el escritorio
desordenado, la puerta cerrada del dormitorio, el armario que es la cocina...—
¿Dónde estoy? —pregunta finalmente.
—Anoche me golpeaste la
puerta —dice Lis señalando la de
entrada—. ¿Te acordás?
—Más o menos...
—responde él, pero no parece muy seguro. Luego se queda mirándola y agrega—: De
vos sí me acuerdo.
Lo dice de una manera
extraña, como si hablara de una certeza en el borde de su memoria. Después mira
detrás de ella, por la ventana.
—¿Todavía llueve?
—Sí —responde Lis, y se
da vuelta para observar también. Se encoge de hombros—. Parece que va a durar un
poco más esta vez.
10
Después de dos días
todavía llueve. Lis no puede creerlo. Si no fuera porque sabe que tal cosa no
existe en Sidgrid, pensaría que se ha iniciado la temporada de monzón. Parece
algo completamente incompatible con el paisaje y sin embargo ahí está: la
lluvia apenas si varió su intensidad desde que comenzó la tormenta. Es como si
la planicie siempre esperara el momento en que ella más segura estuviera de
saber a qué atenerse, para volver a desconcertarla. No es que me esté quejando, admite al final y se vuelve hacia el
armario-cocina, donde él prepara la comida dándole la espalda. Está
canturreando y hace un movimiento con la cadera ante el que Lis no puede evitar
sonreír.
—Acomodá la mesita que
ya llevo los platos —dice sin darse vuelta.
—Hace rato que está
lista. Espero que tanta demora valga la pena —se burla Lis, recargándose en la pared.
—Ya vas a ver, ya vas a
ver. Lo que pasa es que vos no me tenés confianza —responde él, enarbolando el
utensilio con el que revuelve.
Lis suelta una
carcajada. Y su reflejo en el espejo la sorprende. No recuerda cuándo fue la
última vez que rió de ese modo.
11
Lis lo observa mientras
comen. Iván. Le gusta su nombre. Le
parece poco frecuente y, sin embargo, familiar. Es como si ese nombre estuviera
unido con largos hilos de plata a un montón de cosas que ella no llega a ver.
Entonces nota que está distraído. Se pregunta en qué estará pensado y casi sin
darse cuenta lo dice en voz alta.
—En mi nave —responde
él.
Lis se siente incómoda.
—Lastima que la radio
no funcione cuando hay tormenta... —dice lentamente, como disculpándose. Y
agrega—: Pero no te preocupes, apenas pare de llover te voy a llevar al puerto.
Seguro allá vas a encontrar a alguien que pueda ayudarte. —Se van
a matar por un tipo como vos, piensa con rencor. Aun así, cree que es lo
mejor que puede hacer. Será la primera vez que entregue a alguien y la idea no
le agrada, pero está harta de los juegos sin sentido.
—Perdoname, debés
pensar que soy un malagradecido —Iván toca su mano, se ve genuinamente
apenado—. Te aseguro que aprecio lo que hiciste por mí. Lo que pasa es que...
Parece no saber cómo
continuar y retira la mano. Lis mira su propia mano, que se le quedó como
clavada a la mesa. Sintió algo perturbador en el contacto y tiene miedo de
alzar la vista y encontrarse con los ojos de él. Se da cuenta que no sabe qué
le resultaría peor: hallar alguna evidencia de que a él le pasó lo mismo, o de
que no le pasó.
—Está bien, no te
preocupes —dice Lis cuando logra recuperarse.
Y siguen comiendo en
silencio.
12
Lis despierta sobre la
alfombrita. Apartando la vieja manta, estira perezosamente los miembros doloridos.
Lo último que recuerda es que estaba charlando con Iván —él le contaba algo
acerca de los años que lleva en el espacio, de que éste iba a ser su último
viaje—. Debió quedarse dormida... La ventana es un rectángulo azul brillante y
el sillón está vacío. Se levanta de un salto y lo ve con la mano sobre el picaporte
de la puerta principal de la UVM.
—¡No! —grita, y él
aleja la mano del picaporte como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
Lis se le acerca intentando suavizar su tono—: No podés salir así. Acá el sol
es peligroso, te puede hacer mal.
Iván tiene los labios
estirados en una semi-sonrisa perpleja. Lis lo conduce hacia el sillón y se
sienta junto a él.
—No quiero que te pase
nada malo —dice por fin, y se sorprende de lo cierto que es eso.
Se ruboriza y entonces
él sonríe. Esta vez con una sonrisa franca y hermosa <Qué ojos que tiene, piensa Lis>.
—Voy a buscarte un
traje —declara poniéndose de pie, y se dirige hacia el dormitorio procurando
caminar con seguridad.
Le llama la atención
este deseo de salir de Iván —todos los otros demostraron cierto temor al sol,
como si de algún modo supieran del peligro que representaba y procuraran mantenerse
alejados de él—. Sin embargo, para cuando descuelga el traje, ese pensamiento
ha desaparecido bajo cuestiones más inmediatas.
13
Con el estómago
revuelto, Lis revisa que el VP esté preparado para llevar a Iván al puerto. El
poderoso motor está en condiciones y la carga de energía es más que suficiente
para hacer el viaje, pero Lis no les está prestando verdadera atención.
Mientras verifica los controles trata de pensar en alguna excusa, en algún modo
de ganar tiempo, sin embargo tiene la desesperante sensación de avanzar por un
túnel donde no hay margen para movimientos improvisados. Se dice que es tonto
tomarlo de ese modo, que no lo va a llevar al matadero, además tampoco está
renunciando a volver a verlo... Pero las manos le tiemblan. Entonces se
pregunta por qué no puede ser como las demás, por qué no puede ser un poco más
autocomplaciente, por qué se empeña en privarse de lo que desea. ¡Porque no es real!, se responde, y
agarra a patadas el vehículo.
Se deja caer en el
piso, profundamente abatida. No sabe cuánto más le durará la cordura en ese
sitio, cuánto más podrá soportar el cotidiano, constante embate de las cosas.
Cuando levanta la
cabeza, ve que Iván salió de la
UVM enfundado en el traje. Es un traje Yabris. Ajustado y
enterizo, fue diseñado para mantener al usuario fresco, cómodo y seguro en un
ambiente como el de la planicie. El fino material microporoso y termocrómico
reacciona a los cambios en el entorno y regula la temperatura del cuerpo. El
sombrero de ala ancha completa el atuendo que podría protegerlo tanto del sol como
de la lluvia. Lis piensa que, aunque podría verse ridículo, no luce nada mal.
Especialmente porque no le dijo que podía ponerse la otra ropa encima.
Maliciosa, lo observa mientras él camina unos cuantos metros y se inclina para
tomar algo del suelo. Entonces tiene una inesperada certeza: ella lo ha visto
antes inclinado así, pero cuándo, ¿en un sueño? Es una sensación extraña. Va
hacia él como siguiendo un rastro marcado en el aire.
—¿Por qué vos no usás
traje?
La pregunta la toma
desprevenida y sólo atina a responder:
—Ya estoy adaptada.
—¿Cuánto tiempo toma la
adaptación?
—A algunos —iba a decir
“hombres” pero lo evita justo a tiempo— les toma más que a otros. —Y se pone en
cuclillas junto a él para preguntar—: ¿Qué encontraste?
—Esto me llamó la
atención —dice Iván mostrándole un guijarro oscuro que brilla sobre la palma
enguantada de su mano.
Lis lo toma y lo
estudia cuidadosamente a contraluz.
—Tendría que analizarla
—murmura— pero creo que en todo el tiempo que llevo acá clasificando piedras,
nunca encontré una de este tipo. Es muy rara, no es de esta zona.
—Esperá —dice Iván. Se
fija alrededor, mira entre los otros guijarros y, como si supiera dónde buscar,
aparta una piedra más grande y agrega—: Acá hay otra igual.
Lis mira desconcertada
el otro guijarro que él le ofrece.
—Te aseguro que sé de
lo que estoy hablando...
—Te creo —responde él.
Parece tanto o más sorprendido del descubrimiento que ella, sin embargo Lis se
siente obligada a explicar:
—En serio, es muy raro.
Así, a simple vista, puedo decirte que son muy distintas a todas las piedras
que abundan en esta zona. Creo que podría buscar en toda la planicie y no
encontrar otra igual, y estas dos estaban justo una al lado de la otra.
—¿A qué te referís? ¿A
que fue necesaria alguna clase de coincidencia cósmica para que terminaran tan
cerca?
Lis frunce el ceño. Es
justo lo que iba a argumentar, pero le parece que, dicho así, suena tonto.
—¿Por qué? ¿No estás de
acuerdo? —se defiende.
—No, al contrario. Creo
que es —se pone colorado— romántico.
Sorprendida, Lis
finalmente sonríe.
—Sí, supongo que lo es
—dice.
Y observa como él,
incómodo, se sacude las manos y se pone de pie. Dejándose llevar por un
impulso, Lis se levanta y lo besa.
14
Lis despierta sola en
la cama y tiene el repentino temor de que todo haya sido un sueño. Como
buscando a qué aferrarse, intenta repasar mentalmente lo sucedido. Las imágenes
y las sensaciones vuelven a ella con esa fuerza que sólo lo real puede generar:
el roce, el calor y el peso del cuerpo de Iván, su sabor todavía llenándole la
boca, todo es de una intensidad tal que recordarlo la deja sin aliento. Y
detrás de eso, la constante impresión de que aquello debía ocurrir, de que las
cosas no pudieron ser de otro modo.
Se levanta y sale del
dormitorio.
La puerta principal
está abierta. Sentado a la sombra del toldo, en el borde de la plataforma de entrada,
Iván contempla la planicie que reverbera bajo el sol. La tierra dura,
polvorienta, sembrada de guijarros grises, reluce como un inmenso jardín de
piedras. Es un espacio vasto, casi infinito, extendiéndose hasta las distantes
montañas veteadas de azul. Es un espacio palpitante, ofreciendo todo lo que tiene
para dar. La brisa tibia que se mueve con pereza parece arrastrar el indicio de
una voz lejana. Da la sensación de que hubiera una pregunta en el aire a la
espera de respuesta. Lis piensa que es hermoso. Y, como si lo hubiese dicho en
lugar de sólo pensarlo, él se da vuelta y le sonríe.
—Hola.
—Hola —responde Lis. Y
va hacia él, que le abre los brazos invitándola a sentarse en su regazo.
Mientras se deja
envolver, Lis piensa: Esto es una locura,
¿qué estoy haciendo? Luego él le
acaricia el cabello y la besa, y todo lo demás comienza a perder importancia.
Entonces lo escucha decir:
—Estaba pensando que,
antes de ir al puerto, sería conveniente regresar a la nave y evaluar los daños.
Para Lis es como si se
hubiera disparado la alarma de evacuación. Se aclara la voz y responde:
—Como quieras. —Y
sugiere—: Podríamos ir después de comer... O cuando baje un poco el sol... ¿Qué
te parece?
Intenta sonar natural,
pero todos los engranajes de su mente están en desesperado funcionamiento. Se
dice que debe pensar las cosas bien y debe hacerlo rápido. Tiene que prepararlo
para la verdad, pero ¿cómo hacerlo? Sabe lo que esa clase de verdad hizo con la
cordura de otros hombres.
<Es increíble lo miope que puede ser uno, admite Lis.>
15
Al mirar la nave que
reluce en el fondo de la hondonada, Lis piensa confusamente en una ballena
varada. Llevan horas recorriendo la planicie, cambiando de rumbo cada vez que
Iván decía recordar algo, y durante todo este tiempo Lis estuvo con un nudo en
la garganta, compadeciéndose de él y acompañándolo en una empresa que creía sin
sentido, esperando el momento en que se diera por vencido para, paciente y piadosamente,
hablarle de la verdad, para decirle al final que a ella no le importa su condición
frente a la realidad, para decirle que ella lo acepta, que deben tener cuidado
con algunas cosas pero que no es tan terrible, que juntos pueden seguir
adelante, que Sidgrid es un sitio extraño pero que pueden adaptarse, que no es
un mal lugar para vivir... Sin embargo, ahora lo ve bajar la cuesta exultante,
casi sorprendido de encontrar la nave, como si en realidad nunca hubiera estado
seguro de que lo que buscaba se hallara en sitio alguno, y no sabe qué pensar o
sentir. Parece que el universo entero se hubiese detenido y ella sólo pudiera
escuchar el sonido de su propia respiración.
16
Iván no deja de hablar.
La guía hacia la nave casi tironeando de su mano, como si ella no pudiera
encontrarla sin su ayuda.
Es una nave clase
Buenaventura. Es pequeña, no tiene la capacidad de carga de las clase
Prosperidad ni la velocidad de las clase Galaxia, pero Lis sabe que la Compañía contrata ese
tipo de naves para realizar viajes largos llevando bienes valiosos de escaso
volumen. Ha oído decir que en ese tipo de naves la IA de abordo controla todos los
sistemas y que lleva a un único tripulante como respaldo.
Lis se fija en el
aspecto maltrecho del casco, en que el viento y la arena le han dejado huellas,
y de algún modo aquello aumenta su desconcierto. No puede entender lo que pasa,
la cabeza le da vueltas. ¿Entonces no es
como los otros? ¿No es tan frágil como ellos? <¿De dónde vino él en realidad? ¿Es...
permanente?> La sola posibilidad le quita el aliento, le da vértigo. Con
embriagante maldad se pregunta qué dirán las otras cuando se enteren... Tiene
miedo de dejarse arrastrar por la alegría. Se dice que hay una forma de
asegurarse... pero luego debe reconocer que él se ha vuelto demasiado precioso
para ella como para ponerlo en riesgo.
Iván sigue relatando la
confusa experiencia de la noche de su llegada: la falla en los sistemas, el
aterrizaje de emergencia, la IA
sacándolo bruscamente del criosueño, haciéndolo abandonar la nave ante el
riesgo de contaminación, su errar en la oscuridad y la tormenta, la caída —las
caídas— que terminaron en la contusión que ella había atendido, su aturdimiento
durante los días siguientes, la sensación de no ser el mismo, de estar perdido,
de repetir sus actos una y otra vez, como si caminara en círculos...
—Pero por fin estoy acá
—remata comenzado a subir por la pequeña rampa, como si aquel fuera el esperado
final de una odisea.
Hay algo ajeno y a la
vez perentorio en su voz, y Lis se siente anegada por una súbita amargura. Se
descubre observándolo con rabia, sospechando que detrás de ese entusiasmo se
oculta un gran temor. Se pregunta qué le preocupa, a qué le tiene tanto miedo.
¿A no poder irse? ¿A tener que quedarse... con ella? Esa última idea le
molesta, y la aparta de inmediato. Pero ya es tarde. Lo que hace un momento fue
deslumbrante promesa, ahora es inminente herida. Para Lis es como si la rosa
que contemplaba y que por un instante creyó a su alcance, se marchitara y
pudriera frente a sus ojos. Iván se vuelve, le sonríe y la abraza, pero eso no
alivia su angustia, no apaga esa especie de incendio helado que crece en su
interior. Porque en medio de todo eso hay algo más, algo que Lis todavía no
llega a identificar, algo que se va abriendo paso hacia su entendimiento como
un gusano dentro de una fruta. Como la sombra de algo que sabe, pero no quiere
recordar.
17
El sol se acerca al
horizonte y empieza a hacerse sentir el descenso en la temperatura. Pronto caerá la noche, piensa vagamente
Lis. Conduce su vehículo intentando entretener la mente, pensando en qué
preparar de comer o en cómo llevar la comida de regreso a la nave, donde ha
dejado a Iván revisando el estado de los sistemas. Está demasiado cansada. No
quiere pensar en nada más. Y tiene tanto éxito que no nota el vehículo
estacionado junto a la UVM
hasta que se halla sólo a unos metros de él.
<Isa.>
La encuentra recostada
en su reposera.
—¿Qué hacés acá?
—Yo también te quiero —responde Isa alzando
una ceja.
Lis se quita los
guantes y los echa dentro del casco sin dejar de mirarla, esperando. Finalmente
Isa contesta de mala gana:
—Hace varios días que no sé nada de vos. Tenés
la radio apagada, así que me vine hasta acá, a ver si te había pasado algo. —Se
alisa la ropa— Por la forma en la que te venís manejando, no creí que fuera a
interrumpir nada.
—Eso no es asunto tuyo
—responde Lis, y al instante se arrepiente de la dureza con que habló.
Isa acusa el golpe.
Pero después sonríe, como quien descubre una posibilidad insospechada.
—Vos conociste a
alguien... —Lis siente que el color le sube al rostro con una rapidez
incendiaria e Isa aplaude—: ¡Sí! Conociste a alguien. ¡Y te gusta! ¡Quiero
saber todo! Cuándo, cómo, dónde...
—Ni loca.
—Pero yo te cuento todo
—insiste Isa.
—Nunca te pedí que lo
hicieras.
—Dale, no seas mala...
—No, no quiero
quilombo, Isa. No se te puede decir nada a vos. Sos un estómago resfriado. Por
qué no te vas a chusmear con tus amigas...
—No seas así, te juro
que lo que me digas queda entre nosotras... Además vos sabés que las demás son
conocidas, mi única amiga sos vos...
Lis la mira procurando
mostrarse intransigente e Isa la abanica con sus pestañas. Al final Lis sonríe.
Entonces se le ocurre preguntar:
—Isa, ¿te acordás de
antes?
—¿Antes de qué?
—Antes de esto
—responde Lis, abriendo los brazos en un gesto que pretende abarcar todo lo que
las rodea: el paisaje árido, el cielo azul, el viento seco y caliente... Pero
más que nada se refiere a esa trama intima y vasta en la que, intuye, Sidgrid
va uniendo todas las cosas y marcando todos los caminos.
Isa se encoge de
hombros.
—No mucho. Ahora que lo
pienso, casi nada. Pero vos sabés como soy yo: nunca me preocuparon demasiado
el pasado ni el futuro...
—Sí, ya sé: “uno ya
pasó y el otro no ha llegado”.
—Exacto —responde Isa
sonriendo—. No tiene nada de malo vivir
el presente.
—¿Pero no te molesta
que vivamos siempre la misma rutina? ¿No te molesta estar como empantanada? ¿No
te molesta... —la voz le tiembla, hay tanto que querría decir, pero aquella
perturbadora angustia le cierra la garganta. Iba a preguntar: “¿No te molesta
no poder confiar en lo que ves?”, pero finalmente calla.
Isa le acaricia el
cabello maternalmente. Sin embargo, cuando Lis alza la vista y le sonríe, ella
dice:
—No creas que te voy a
dejar cambiar de tema, querida. ¿Qué está pasando acá?
Lis toma sus cosas y
sube con cansancio a la plataforma.
—No tengo la menor idea
—contesta. Y al llegar a la puerta agrega—: ¿Hago unos mates y me ayudás a
cocinar? Quiero que conozcas a alguien...
18
Iván sube la cuesta con
esa última luminosidad que precede a la noche, esa luminosidad que en Sidgrid
parece venir del suelo.
—Todo un espectáculo
—murmura Isa, con una sonrisa maliciosa. Y no se refiere al paisaje. —Ahora
entiendo por qué tenés la radio apagada...
Lis la codea y ella se
ríe. Cuando Iván está apenas a unos pasos, Isa se fija en lo que hay en el fondo
de la hondonada. Sonríe incrédula, comienza a decir:
—Pero esa nave...
Lis la mira, pero ella
no sigue hablando.
—¿Sí? —pregunta.
—No, no me hagas
caso... Déjà vu... Vos sabés cómo son
las cosas acá: pasa a cada rato...
19
Isa está embobada. Al
principio de la cena Iván se mostró amable pero reservado, quizás un poco tímido.
Luego comenzó a hablar de la nave y de éste, su último contrato, de que una vez
que finalice su viaje entregando la nave en la estación de destino su período
de servicio con la Compañía
habrá terminado, de que entonces podrá ir adónde quiera, y de que lo que quiere
es ir a cierto planeta del que ha oído hablar. El rostro se le ilumina con sólo
mencionarlo. Lis escucha su voz, observa sus gestos, intenta ver debajo de la
superficie, pero lo único en lo que puede pensar es que se ve impaciente. Lis
tiene la ¿fantasía? de retrasar su partida dañando la nave. Se ve alterando
sistemas, arruinando su trabajo un poco cada día, incluso llegando a deteriorarla
de modo irreparable. Para alejar esos pensamientos, temina el vaso de un solo
trago.
20
Iván duerme. Su rostro
se ve particularmente sereno con la primera luz de la mañana. Nada le preocupa, piensa Lis, con
envidia, con rencor. Sentada en un rincón frente a la cama, parece una sombra
más entre las que comienzan a diluirse en el cuarto. No logró conciliar el
sueño en toda la noche; al final ni siquiera pudo permanecer entre las sábanas.
La puesta en funcionamiento de la nave progresa con alarmante rapidez; Iván
dijo que podría estar lista muy pronto. Y ella no puede evitar sentir que le
falta el aire. Odia sentirse así. No recuerda haberlo hecho por nadie y no
quiere empezar ahora; pero no puede dejar de pensar en que él se irá, no puede
dejar de preguntarse cómo hará para seguir adelante una vez que se haya ido,
cómo hará para regresar a la rutina ahora más ajena que nunca. Sabe que todo es
demasiado extraño, que hay demasiadas preguntas sin respuesta. Pero la
intensidad de lo que siente se impone sobre todo razonamiento. Contemplándolo,
Lis murmura:
—No sé qué me duele
más: perderte o que no te duela perderme.
Él se mueve apenas. Hay
un cambio sutil en su respiración. Al final abre los ojos. Durante un momento la mira sentada en el rincón. Después, sin
decir palabra, abre la manta invitándola a volver a la cama. Ella regresa y él
la abraza, abrigándola con el calor de su cuerpo. Acurrucada, apretando los
párpados, Lis escucha el viento que silba afuera <¿Me lo diste para quitármelo?, pregunta amargamente>. La
almohada se humedece con sus lágrimas.
Cuando logra dormirse,
sueña que ese viento la envuelve con ráfagas amorosas, sueña que ese viento es
el aliento y la voz de Sidgrid, sueña que murmura una y otra vez: “Sos mi favorita”.
<Lis se
estremece.>
2
—Anoche soñé que estaba
en Calac —dice Iván mientras desayunan. —Soñé que estaba por fin en el lugar al
que quiero ir.
—¿Ah, sí?... —responde
Lis distraídamente; está pensando en la nave en el fondo de la hondonada, y se
pregunta si lo que siente al evocar la reluciente imagen será lo mismo que
sienten las ballenas varadas. Pero él parece no haberla escuchado.
—Las montañas y el
valle eran tal como los describían: los picos apenas nevados, las tierras donde
pasta el ganado reverdecidas por la estación de las lluvias, las granjas y los
sembradíos brillando bajo el sol... Y el río... el susurro del río... Fue como
si me estuviera llamando. —Hay algo en la forma en que lo dice, algo que Lis
encuentra íntimo y perturbador. Alza la vista y él la está mirando—. Me
gustaría compartir todo eso con vos.
—¿Qué?
—Que podrías venir
conmigo.
Lis se ríe. Pero
después se da cuenta de que él no está bromeando.
—¿En serio me lo decís?
Pero no puedo irme así... Mi contrato...
—Tengo que entregar la
nave en la estación Zabrinzky, ahí hay representantes de la Compañía con jurisdicción
sobre todo el sector. Podrías renegociar tu contrato con ellos. —Estira la mano
sobre la mesa para alcanzar la suya— ¿Sabés el tiempo que llevo esperando?
¡Siento como si durante toda mi vida no hubiera deseado otra cosa! Y ahora por
fin llegó el momento... Todo está listo para este viaje. Pero me gustaría que
vinieras conmigo.
Lis piensa en los dos
guijarros oscuros, juntos en medio de un mar de escamas plateadas, y casi se
echa a llorar.
22
Sentada en el sillón,
Lis ve a Isa caminar de un lado a otro por la pequeña sala de la UVM.
—¿Cómo que te vas?
—Sí, me voy.
—¿Ya tomaste la
decisión?
—Sí.
—¿Vos sabés de lo que
estás hablando? ¿Sabés lo que te va a pasar si incumplís el contrato? ¿Ya te
olvidaste de que por eso la
Compañía nos mandó acá?
Lis no responde.
—Comprendo que el tipo
te guste, es un bombonazo... Pero tampoco es para que te pongas a hacer
boludeces. Además, no entiendo... Ya sabés cómo es esto, vos misma me lo
dijiste mil veces: No hay que encariñarse. Hoy están, mañana no se sabe.
—Él es diferente.
—¿Estás segura? ¿Ya lo
pusiste al sol? ¿Ya le dijiste lo que le puede pasar?
Lis echa la cabeza
hacia atrás y se pasa los dedos por el pelo. Al final murmura:
—¿Es tan difícil de
entender, Isa?
Ahora es Isa la que no
responde.
—Por ahí, si salimos de
acá las cosas sean diferentes.
—O no —replica Isa.
—¡O sí! ¿Te cuesta
tanto desearme buen viaje?
—Sabés que no es eso.
Isa se apoya en el
armario-cocina, molesta. Lis se le acerca y la abraza. Ella tiene el cuerpo
rígido, no quiere ceder, pero después de un momento la abraza también. Al final
susurra:
—Tengo miedo de que
esto termine mal.
—Sí, ya sé.
Y por primera vez Lis
cree reconocer en la voz de Isa la misma sensación de incertidumbre que tantas
veces la inquietó a ella y que ahora, ante la posibilidad de abandonar Sidgrid,
se agiganta como un monstruo a sus espaldas.
<¿Qué estoy haciendo?, se
pregunta>.
23
Lis tiene la garganta
seca. En la continua letanía del viento le parece oír rastros de su propio nombre.
Da un vistazo alrededor como para llevarse una última impresión del paisaje, como
si deseara despedirse, pero ya en el fondo de la hondonada no hay mucho para
ver. Lamenta no haber dado esa última mirada a la planicie y a las montañas
antes de bajar la cuesta, pero ya no hay tiempo: Iván ha subido a la pequeña rampa
y está solicitando acceso a la nave. Aprieta los dos guijarros oscuros que
lleva en el bolsillo y apura el paso.
Para cuando se reúne
con él, la compuerta se desliza ante sus ojos con un silbido y un rumor, y la
luz del sol comienza a penetrar en el compartimiento de carga. Él se adelanta y
Lis hace un desesperado esfuerzo por acostumbrar los ojos a la penumbra, pues
más allá de la entrada reina para ella una completa oscuridad. Algunos metros
más adelante llega a ver a Iván que le sonríe y quiere ir con él, pero al
tratar de avanzar siente un ahogo, una presión en el pecho, la pulsación
silente de un repentino vacío creciendo en el sitio donde debería estar su
corazón. Es como una corriente helada que la paraliza por dentro. Esta ahí, con
la mano en el marco de la compuerta, pero no puede dar un paso más. Iván se le
acerca, interrogante, y ella ni siquiera puede decirle qué es lo que le sucede.
Aunque pudiera hablar no sabría qué decir. Sólo sabe que hay algo visceral,
instintivo, que le impide seguir avanzando. Vuelve a mirar la oscuridad que
llena el compartimiento y entonces, con rabia, con pudor, con tristeza, comprende.
Y el viento se detiene.
24
En medio del extraño
silencio, parada en el umbral de la nave, Lis se vuelve para mirar por encima
de su hombro. Y de pronto está otra vez en todos los momentos que la han
conducido hasta ese sitio. Son como fotogramas ordenándose, trozos sueltos de
una película de la que ella es al mismo tiempo espectadora y protagonista, los
percibe igual que cuentas engarzándose en un gran rosario...
Comprende que este
rosario es sólo uno entre muchos…
Y toma conciencia de
todas las demás cuentas, de todas las veces que ha estado allí, de todos los otros hechos, circunstancias y
decisiones, de las pequeñas variaciones que ha tomado su camino todas las veces
que, parecido pero diferente, ha recorrido el rizo de este bucle temporal...
Igual que si los
rosarios se rompieran y sus cuentas rodaran, se esparcieran y se mezclaran transformándose
en billones de pálidos guijarros expuestos al sol sobre una planicie infinita,
Lis comienza a experimentar la existencia no como una sucesión de hechos sino
como una convivencia de momentos que permanecen, que no se niegan unos a otros,
que pueden compararse en sus repeticiones y en sus diferencias, que pueden
ordenarse y desordenarse a gusto... Porque, para la inmensa voluntad que ella
adivina, que siempre ha presentido, rigiendo todos los destinos y marcando
todos los caminos en este ¿sitio?, para la inmensa voluntad que ahora le
permite ver esto, la noción de línea de tiempo, de pasado o futuro, ha perdido
toda importancia.
Extendida ahora hasta
el límite de su entendimiento, Lis llega a percibir la verdadera naturaleza de
esa voluntad, la verdadera naturaleza de Sidgrid. Lo percibe como un lugar,
pero también como una entidad y también como una idea. Lo percibe como algo tan
vasto y tan ajeno, tan masivo y tan complejo, tan abrumador, tan distinto a lo
humano, y sin embargo tan oscuramente familiar...
Sorprendida de cómo su
propia curiosidad se va imponiendo al temor, Lis se pregunta qué motivaciones
tendrá esa entidad, si comprenderá cómo esa forma de existencia múltiple y
reiterada ha afectado a los que viven allí. Pero luego se da cuenta. ¿Viven? No necesita volver a mirar entre
todos los momentos-fotograma, entre todos los momentos-guijarro, para saber que
no hallará ninguno acerca de su llegada, acerca del aterrizaje de la tercera
nave enviada por la Compañía
o del establecimiento del puerto. De un modo vago, le viene a la mente la
sensación de estar inmersa en un elemento desconocido, un caos de almas, un
no-espacio-no-tiempo. Pero todo eso está fuera de su alcance, son recuerdos
ajenos, no le pertenecen. La angustia la invade. ¿Qué querés de nosotros? ¿Por qué nos reconstruiste? ¿Te divertimos?, se pregunta con amargura.
Y algo la hace revivir
el sueño en que el viento la envolvía entre ráfagas amorosas y Sidgrid le
decía: “Sos mi favorita”.
Lis se estremece.
Entonces mira el rostro
inquisitivo de Iván, detenido en este instante infinito, y tiene miedo de preguntar
de dónde vino él en realidad. Sabe en el fondo de su ser que hay algo en él,
algo demasiado extraño, demasiado conocido, demasiado perfecto para ser verdad.
Piensa en Sidgrid reconstruyéndola a ella, una indistinguible copia de la Lis original. Piensa en el
viento dándole forma al polvo, fabricándola a base de su propia sustancia y de
la información atrapada en la ¿atmósfera?, en el ¿horizonte de sucesos? Y luego
piensa en el viento haciéndolo a él, dotándolo átomo a átomo de todo lo que ella
podría desear. Tiene miedo de preguntar si existió alguna vez otro Iván o éste
es el original, un auténtico hijo de Sidgrid. ¿Por qué? ¿Para qué?
Escucha a Iván
diciendo: “¿Sabés el tiempo que llevo deseando este viaje?”
Lo escucha decir: “Me
gustaría que vinieras conmigo.”
Y se queda sin aliento.
Para disimular su
turbación, quizás intentando ganar tiempo, mira detrás de él, hacia el interior
del compartimiento, hacia la poderosa oscuridad que aguarda como una bestia
inmensa, como un anuncio de la oscuridad del espacio, como un recordatorio de
la oscuridad final antes de la nada, y siente otra vez la punzada, el dolor en
el pecho, el temor instintivo atenazándola. Se lleva la mano al sitio en el que
debería estar su corazón, pensando que ha sido un buen sistema de alarma. Y
sonríe, con rabia, con pudor, con tristeza, asombrada de lo bien que lo está
tomando esta vez. ¿Para eso me traés
hasta acá?, piensa Lis tratando de parecer despectiva, ¿para mostrarme que no soy más real que los hombres que se hicieron
polvo cuando les dio el sol? Sin embargo, sabe que no es por eso.
Escucha a Isa
preguntando: “¿Ya tomaste la decisión?”. Pero detrás de la voz de Isa hay otra
voz.
¿Qué decisión?, piensa Lis, aunque
conoce la respuesta.
Y luego está en todos
los momentos en que, terminada la pausa en el viento y sin poder seguir
avanzando, miró el rostro inquisitivo de Iván, y le dijo la verdad. O le mintió.
O guardó silencio. Y él no le creyó. O insistió en llevársela y por eso
discutieron. O se quedó. O se fue y nunca regresó. O regresó para no irse
jamás. Para desintegrarse y quedar atrapado, pero también para vivir para
siempre.
Al menos hasta dar con algo de afuera, algo que no pueda
ser engañado, reflexiona Lis mirando lo que aguarda en el
interior del compartimiento de carga.
Pero, casi sin darse
cuenta, apenas teniendo conocimiento de su deseo de hacerlo, está otra vez en
la puerta de su UVM viendo a Iván sentado en el borde de la plataforma. La
planicie reverbera bajo el sol. La tierra dura, polvorienta, sembrada de guijarros
grises, reluce como un inmenso jardín de piedras. Es un espacio vasto, casi
infinito, extendiéndose hasta las distantes montañas veteadas de azul. Es un
espacio palpitante, ofreciendo todo lo que tiene para dar. Lis piensa en que es
hermoso. Y, como si lo hubiese dicho en voz alta, él se da vuelta y le sonríe.
—Hola.
—Hola —contesta Lis. Y
va hacia él, que le abre los brazos invitándola a sentarse en su regazo.
Hay un cambio de
frecuencia, una especie de sutil temblor en las cosas, y de pronto la pausa en
el viento ha terminado.
25
Lis tiene miedo, no es
que no lo tenga.
Parada en el umbral de
la nave, observa la indescifrable negrura que se halla frente a ella y sabe lo
que está en juego: la existencia que ahora experimenta puede no ser verdadera,
puede ser sólo una sombra de lo que experimentaba la Lis que viajó a Sidgrid, pero
es la única que tiene y desea aferrarse a ella. Sin embargo, no le agrada
ninguna de las otras opciones ni le parece que valga la pena volver a recorrer
ninguno de los otros caminos.
Mira a Iván, que se
acerca a ella, sabiendo que lo ha conocido innumerables veces y que innumerables
veces, a pesar de sus reservas, se ha enamorado de él. Sabiendo que todas las
versiones de su vida que no lo incluyen son terriblemente pobres. Forzada a
admitir que la idea de renunciar a él le molesta más que la de arriesgarse a la
disolución o el olvido.
Mira a Iván, que se
acerca a ella, y lo percibe como un perturbador abismo, una insondable
profundidad de la que nada sabe. Sin embargo, estira los labios en una trémula
sonrisa y, deseando creer que hay una oportunidad, una pequeña oportunidad de
abandonar este ciclo de repeticiones, por primera vez toma la mano que él le
tiende, da un paso y luego otro, hasta que finalmente, siguiéndolo, entra en
las sombras.
©
Laura Ponce
*
Este cuento forma parte de “Relatos de la Confederación ”
* Ganó una mención especial en el VII Concurso de Relatos El Melocotón Mecánico. 2007
* Fue publicado en Revista PROXIMA nro. 3, septiembre 2009
Registro SAFE CREATIVE #0805240689424
Todos Los Derechos Reservados
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